MI PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE ACADEMIA LITERARIA


- En un día como hoy, 10 de febrero, pero de 1818, en la ciudad de México, nace el ilustre poeta, periodista, dramaturgo e historiador, político y maestro de maestros, de raigambre popular mexicana, Guillermo Prieto, a quien se atribuye la frase: "¡Alto, los valientes no asesinan!", pronunciada en defensa del presidente Benito Juárez anteponiéndose entre el patricio y los fusiles, en el momento en que lo estaban fusilando en Guadalajara. Muere el 2 de marzo. 1897, a los 79 años de edad de prolífica vida.
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GUILLERMO PRIETO
Voy a hablarles de un periodista honrado que lo fue todo: poeta, orador, maestro universitario, político, ministro de hacienda, parlamentario pero, sobre todo, ¡héroe!, un gran patriota.
Voy a reproducir la grandilocuente forma en que lo describían sus contemporáneos, con el peculiar lenguaje adornado de una retórica churrigueresca, propio de aquella época, a finales del Siglo XIX, así:
Guillermo Prieto domina la tribuna y es un grande orador popular. Su voz es sonora, conmovedora y simpática; arde en su alma el entusiasmo; su estilo es rico, florido, pintoresco y revela el instinto del ritmo armonioso; en su prosa se descubre la esencia de la poesía, a la que sólo falta su forma esencial, el verso; usa de esas espléndidas metáforas que son para el orador lo que es para el pintor el colorido y derrama a torrentes, en un lenguaje elegante y figurado, pensamientos elevados y siempre felices comparaciones; cautiva y a veces subyuga; un tropel de ideas asalta su imaginación ardiente y exuberante, las inicia, las mezcla en un vertiginoso poliorama y deja adivinar más de lo que dice; es todo inspiración, efusión y espontaneidad, y por esto es un improvisador brillante, arrebatador, eminente: no ha consultado tal vez el Diálogo del Orador Romano ni el tratado de Quintiliano ; desdeña los preceptos de la retórica clásica pero obtiene resultado de la elocuencia -- atrae y convence-- "pectus est quod disertos facit"; no obedece siempre a las leyes inflexibles de la lógica, pero tiene arranques de inspiración, de exaltación, de energía viril y de patriotismo que recuerdan a Demóstenes armando a los atenienses contra Filipo, a Cicerón anonadando a Verrés , a Pedro el Ermitaño y a San Cristianos a la defensa de los santos lugares; a Mirabeau salvando a Francia de una ignominiosa bancarrota.
Sí, así--o en forma parecida-- lo ponía un escritor contemporáneo de Guillermo Prieto.
Escuchen ahora al poeta, y veremos en términos extraños la concepción que tenían de Fidel como autor de versos:


"Estarán pendientes de sus labios de oro; la poesía es en él instintiva; en la oda se encumbra hasta las alturas excelsas del heroísmo y de la sublimidad; en el romance es tierno, soñador, apasionado; lagrimoso y sentimental en la elegía; ligero y risueño en el alegro ditirambo ; es a un tiempo nuestro Píndaro, nuestro Cátulo y nuestro Anacreonte , es el poeta del corazón como Metastasio , es dulce como Millevoye, extravagante como Ercilla , jocoso como Meléndez Valdés , e improvisa como Silvio Antoniano ; es, en fin, el primero de nuestros poetas líricos."
De esa peculiar y admirativa manera se expresaba allá por mayo de 1873 el conocido escritor Alfredo Bablot , en un "retrato parlamentario" que insertara en un periódico de la época. Y de la época es ese estilo conceptuoso y lleno de citas y de nombres con que se halla trazada la figura inolvidable del "Romancero", cuyos "San Lunes" se publicaron por primera vez en forma de libro debido a la iniciativa del laborioso historiador Nicolás Rangel , en 1923.
Cuando en marzo de 1897, se enlutaron las letras patrias al extinguirse para siempre la meritísima existencia de "Fidel", la voz de un reputado pendolista dijo lo siguiente:
"Acaba de apartarse de nuestro lado una de las figuras más genuinamente nacionales, una personalidad distinguida que viene a compendiar el carácter, el espíritu, el modo de ser de toda una época. Con Guillermo Prieto desaparece, en efecto, un pedazo de vida nacional, esa vida que, con sus vicios y sus virtudes, sus tristezas y sus glorias, sus entusiasmos y sus depresiones, ha animado y resumido la típica leyenda patria.
¿Quién no conoce en la república la historia de esta existencia? ¿Quién ignora los títulos que amparaban a Guillermo Prieto para ocupar un lugar predilecto en el corazón de los mexicanos? Rodeaba al ilustre anciano una como aureola formada por la gratitud y el cariño popular: Iba él de este modo protegido, a semejanza del héroe de Horacio, por una triple coraza de afectos, que la muerte ha, por fin, hecho pedazos".


A Guillermo Prieto, también se le llamó el "Tirteo de la Reforma y de la Intervención". Luego les digo lo que querían decir con eso de "Tirteo".


Guillermo Prieto
Nació en la ciudad de México el 10 de febrero de 1818, hijo de José María Prieto Gamboa y Josefa Pradillo y Estañol. Su niñez transcurre por el rumbo del Molino del Rey junto al histórico Castillo de Chapultepec.
Contaba al morir 79 años, cargados de laureles.Sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
No hay sino hojear su libro "Memorias de mis Tiempos" para darse cuenta exacta de lo que fue la vida de este excelso hombre público que, formado por su propio esfuerzo, llegó desde la desmembrada mesa de escribientillo de la aduana,
Hasta los escaños de los ministerios y tuvo la honra de defender la libertad de su patria, no sólo con la pluma, sino con la voz más inspirada que ha resonado en nuestra historia en los momentos en que parecía naufragar el espíritu público ahogado por la traición y por la perfidia.
Guillermo Prieto era, según sus contemporáneos, una historia viviente. Como reunía a un gran talento un enorme gracejo y una frescura espiritual que nunca lo abandonaron, daba placer escuchar de sus labios las mil y una aventuras en que se había visto envuelto y la gente se relamía de gusto, oyendo cómo refería sus dimes y diretes con los habitantes de los barrios, sus conflictos durante las incontables revoluciones de que había sido testigo, o se conmovía cuando relataba los instantes tremendos de la peregrinación con Juárez por el desierto, en el grupo de "inmaculados" a que él pertenecía.
Bello tituló este último y muy justo en Guillermo Prieto, puesto que habiendo sido ministro de hacienda cuando se desamortizaron los bienes del clero, y tocándole a él, según la ley, el cinco por ciento de la operación, tuvo el orgullo de renunciar a ese beneficio "sacrificándolo todo, según él mismo lo refería, a un reputación sin mancha."
A continuación un trabajo de recopilación de este comentarista, con la ayuda de los alumnos del grupo SF03C, a los que conduje en el módulo de Periodismo y Lirteratura, en el Taller de Escritura, en la primavera del año de 2010, de la Carrera de Comunicación Social de la División de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco:

Guillermo Prieto nació en Tacubaya, Distrito Federal, el 10 de febrero de 1818. Su niñez transcurre por el rumbo del Molino del Rey junto al histórico Castillo de Chapultepec.
Huérfano de padre a los 13 años de edad y con su madre tan enferma que se volvió loca, trabajó como dependiente en una tienda de ropa y luego como meritorio en la aduana, bajo la protección de don Andrés Quintana Roo. Pudo así ingresar al Colegio de San Juan de Letrán y posteriormente al lado de Manuel Toussaint Ferrer y los hermanos José María y Juan Lacunza, participó en la fundación de la Academia de Letrán, en 1836, dirigida por Andrés Quintana Roo, "a la que debe -según sus propias palabras- la tendencia a mexicanizar la literatura".
Fue secretario particular de Valentín Gómez Farías y Anastasio Bustamante, sucesivamente. Comenzó su carrera de periodista en El Siglo XIX, como crítico teatral, publicando los "San Lunes" de Fidel, colaboró también en el Monitor Republicano. En 1845 fundó, con Ignacio Ramírez el periódico satírico Don Simplicio.

Afiliado desde muy joven al Partido Liberal, defendió sus ideas en la prensa y en su poesía. Fue ministro de Hacienda --"cuidaba el pan del pobre"-- en el gabinete del general Mariano Arista (14 de septiembre de 1852 al 5 de enero de 1853). Se adhirió al Plan de Ayutla, proclamado el primero de marzo de 1854, por cuyo motivo sufrió destierro en Cadereyta, Guanajuato.
Posteriormente, volvió a desempeñar la cartera de Hacienda --"limpiaba el tesoro de sombras y mamotretos"--, en el gobierno de Juan Álvarez (6 de octubre al 6 de diciembre de 1855). Fue diputado 15 veces durante 20 periodos del Congreso de la Unión, y participó, representando a Puebla, en el Congreso Constituyente de 1856-1857. Por tercera vez al frente del Ministerio de Hacienda --(21 de enero de 1858 al 2 de enero de 1859)--, acompañó al presidente Don Benito Juárez en su huida, después del pronunciamiento del general Félix Zuloaga.


En Guadalajara don Guillermo Prieto salvó la vida del presidente Juárez, interponiéndose entre él y los fusiles de la guardia sublevada. Compuso el himno satírico de los ejércitos liberales: “Los cangrejos”, a cuyo ritmo entraron las tropas de Jesús González Ortega a la ciudad de México en enero de 1861.
Cuando Juárez inició la restauración de la República, don Guillermo Prieto fue nombrado por cuarta ocasión ministro de Hacienda. Con esta responsabilidad se entregó a la difícil tarea de llevar a cabo la Reforma, y así lo hizo al publicar el decreto del 5 de febrero de 1861, que decía que los bienes eclesiásticos eran y habían sido siempre del dominio de la nación, y en consecuencia resultaban nulos los contratos y negocios celebrados por el clero sin el consentimiento y la aprobación del gobierno constitucional. Fue más tarde ministro de Relaciones Exteriores en el gabinete de José María Iglesias. (http://www.iea.gob.mx/efemerides/efemerides/biogra/prieto.html)

Sus obras poéticas más importantes son Musa Callejera y Romancero Nacional. Su pasión política se pone de manifiesto en las crónicas costumbristas Memorias de mis Tiempos, obra que abarca de 1828 a 1853.

El 2 de marzo de 1897, muere en la ciudad de México el prócer de la reforma y poeta del pueblo, don Guillermo Prieto Pradillo.
En efecto, a los 79 años, don Guillermo Prieto enferma de una lesión cardiaca y tuvo que trasladarse a Cuernavaca para cuidar su salud. Regresó a la ciudad de México a raíz del fallecimiento de su hijo Guillermo, pero se agravó su enfermedad y murió la mañana del 2 de marzo de 1897, acompañado en sus últimos momentos por su segunda esposa doña Emilia Golard, sus hijos y sus nietos. Los restos de este valiente y honesto liberal reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres




OBRA LITERARIA
Cuando en 1890 el periódico La República convocó a un concurso para determinar quién era el poeta más popular del momento, el escrutinio favoreció a Prieto, acumulando más votos que sus dos más cercanos oponentes: Juan de Dios Peza y Salvador Díaz Mirón.
Fue declarado por Altamirano como "El poeta mexicano por excelencia, el poeta de la patria" desde su Observatorio de Costumbres. Prieto vio desfilar paisajes urbanos y tipos populares y los describió con una novedad plástica asombrosa.
Bajo su tono festivo e irónico, sostuvo siempre su pasión política. Autor fecundo, su obra completa aún está dispersa en los periódicos; de sus poesías, sobresalen: La Musa Callejera, que es una rehabilitación del tesoro folklórico de México; Romance Nacional, poema que recoge en metro octosílabo los grandes trazos de la epopeya patriótica.

Sus obras en prosa son las siguientes: Memorias de mis tiempos, (de 1828 a 1853), una amena crónica; Viajes de orden suprema y Viajes a los Estados Unidos, con múltiples semblanzas de personajes de la política y la milicia.

Las piezas dramáticas: El Alférez (1840), Alonso de Avila (1842), El susto de Pinganillas (1843), Patria y Honra y La novia del erario y el monólogo A mi Padre.

Profesor de Economía Política y después de Historia Patria en el Colegio Militar, escribió también Indicaciones sobre el origen, virtudes y estado que guardan actualmente las rentas generales de la federación mexicana (1850), Lecciones elementales de economía política (1871-1888), Lecciones de historia patria (1886).
Pero, sin duda, su genio se muestra más en el citado libro que puede considerarse periodístico ya que en él se mezcla la crónica con el artículo de fondo y con las precisas estadísticas; también se hallan la narración literaria, la canción y la minuciosa descripción. Hay denuncia y abundan los datos autobiográficos. Hay pasajes tan proféticos y certeros como en la Biblia. Es, como todo en Prieto, un libro universal, integral, absolutamente completo, totalizante, tal como lo señala José Joaquín Blanco . Un hombre verdaderamente extraordinario se debate en una época crucial para la nación en la que nada quedó como estaba y nada queda de las reformas que entonces se hicieron. La perspectiva de este hombre integérrimo y universal es global: político, económico, bélico, poético, bíblico, religioso, histórico y profético. Sobretodo, es un libro escrito del modo peculiar de Fidel: improvisado, impetuoso, ingenioso, al grano y sobre la marcha. El libro del que hablo se llama: Viajes de Orden Suprema.



VIAJES DE ORDEN SUPREMA:
En marzo de de 1958, el escritor, poeta, historiador, bibliógrafo, ensayista, maestro de literatura, diplomático, Rafael Heliodoro Valle, saludó al editor Don Jorge Denegre Vaught Peña con estas palabras que eran las finales de su prólogo para la obra que publicaría ese año Editorial Academia Literaria:
“Han pasado cien años desde la aparición de Viajes de Orden Suprema y hoy la Editorial Academia Literaria cumple el magnífico propósito de hacer la segunda edición de este libro, que será sin duda muy bien acogido por todos los que se interesan por la historia de México de mediados del siglo pasado. Lo que en sus páginas se lee puede explicar al historiador el por qué de algunos de los movimientos políticos que tuvieron lugar en aquella época, y le mostrarán el largo camino hacia la democracia que México ha tenido que recorrer en cien años. Si Prieto volviese a la vida sin duda alguna se sentiría satisfecho.”
Desafortunadamente, el Lic. Jorge Denegre Vaught Peña no pudo realizar su cometido. Múltiples problemas de toda índole le impidieron dar a la luz pública esa obra inmortal, que ahora sus hijos podemos llevar a cabo. Sin embargo, debemos acotar que, diez años después, en 1968, se publica en México, Viajes de Orden Suprema, con prólogo del feliz poseedor de un ejemplar correspondiente a la edición príncipe, de 1857, el Dr. Rafael Ayala Echávarri, en una edición de Bibliófilos Mexicanos, en 421 páginas de 23 cms.
En 1970 aparece la tercera edición. Lleva el prólogo de José Ignacio Mantecón y lo publica Editorial Patria. Ahora consigno los datos bibliográficos interesantes: 1970, Impresora Azteca, 498 pp., con vocabulario e índice onomástico, copia de la obra original, publicada por entregas, de VIAJES DE ORDEN SUPREMA POR FIDEL, AÑOS DE 1853, 54 Y 55, México, Imprenta de Vicente García Torres, Calle de S. Juan de Letrán Núm. 3, 1857. LX, 706 pp, 22 cms.
El investigador bibliográfico Mantecón, supo—del mismo modo que el bibliófilo queretano--, del propósito de don Jorge de publicar una obra cuya escasez la hacía inasequible para los estudiosos del período de Reforma e Imperio y que hasta ese momento, prácticamente, se ignoraba, excepto por aquellos coleccionistas de libros raros y antiguos. Según el historiador, yacían hasta el año de 1968, cuidadosamente guardados en los plúteos de las colecciones de algunos afortunados bibliófilos o en las secciones de obras raras y curiosas de grandes bibliotecas extranjeras, unos pocos ejemplares de los Viajes de Orden Suprema de Guillermo Prieto, Fidel.
En efecto, no pasan de diez los ejemplares existentes de la primera edición que se publicó, por entregas, en el año de 1857, por Vicente García Torres, amigo del poeta, editor y director de los principales medios cultos de comunicación, ilustre impresor y fundador de uno de los más importantes periódicos mexicanos del siglo pasado: El Monitor Republicano.


Efectivamente, hasta ese momento, mi padre y sus camaradas bibliófilos habían podido localizar los siguientes ejemplares : uno, completo, en la Biblioteca Nacional de México, uno más en poder del distinguido bibliógrafo Rafael Ayala Echávarri, otro, completo, en la Biblioteca de la Universidad de Texas, Austin, otro más, en la Bancroft Library de la Universidad de California, Berkeley, otro ejemplar , no más de la primera parte, hasta la página 530, en la Biblioteca de la Universidad de Yale, New Haven y, según Malcom D. McLean, quien había tomado los datos anteriores sobre las bibliotecas norteamericanas y sabía de la inquietud de don Jorge, para conseguir el libro que se copiaría; otro de Raoul Mille, que fue gerente de la Librería Bouret de México, a principios del presente siglo y que, también, puede considerarse como ejemplar completo, de 706 páginas, ya que en el de la Universidad de Tejas hay una nota ológrafa, probablemente debida a la pluma de D. Genaro García, de cuya biblioteca procede el que actualmente se encuentra en dicha Universidad: el ejemplar de Raúl Mille tiene también 706 páginas. Posee otro ejemplar de 706 páginas, la Biblioteca del Museo Nacional de Antropología e Historia, CON CARACTERÍSTICAS ESPECIALES. Puede considerarse una tirada aparte de la primera edición, con portada distinta, y diferente papel, y con una dedicatoria que dice: “A mi María/ Guillermo Prieto”, destinada a ser puestas íntegramente a disposición del público, que no había coleccionado los pliegos publicados semanalmente. En el ejemplar del museo hay una nota en la contraportada, que dice: “La edición se quemó en la imprenta antes de circular en público”. Le faltan los pliegos 73 a 74, páginas 514-547.
En la obra de Guillermo Prieto, vemos desfilar una gran variedad de personajes, algunos de ellos históricos, como Santa Anna. Las situaciones que los rodean son, en algunos casos, ficticias. También aparecen en escena personajes con los cuales el autor tuvo contacto directo, como su esposa María y sus amigos de la Academia de Letrán, o a través de terceros. Prieto recrea a cada personaje y lo ambienta de forma subjetiva dentro de su obra y aunque él es el narrador de sus Memorias, su presencia en ellas no se sujeta exclusivamente a ese papel, sino que aparece también como personaje.
Además de estos caracteres “reales”, Prieto crea personajes ficticios que representan los diferentes contextos sociales. Éstos son retratados no sólo en el aspecto físico sino también moral, en los rasgos específicos de su carácter y en su expresión. Gran cantidad de caracteres “tipo“ desfilan por sus páginas: el ranchero con traje pintoresco, la china, el charro, el lépero, los nenes, los lagartijos, los boticarios, etcétera.
El campo de observación de la obra de Prieto es lo popular, nos hace participar de los festejos campesinos, nos hace entrar a las pulquerías, pero también a los cafés; asistir a las corridas de toros y a las tertulias literarias o imaginar el sabor de los platillos mexicanos. Nuestro autor sale a buscar al pueblo, va a su encuentro, así como al encuentro de una nacionalidad.
Él nos lo dice de la siguiente forma: “El perpetuo deterioro de mi equipo, mi exagerado orgullo, o lo que me atraían y entretenían las costumbres del bajo pueblo, me llevaban por barrios y vericuetos, por los lugares más apartados y desconocidos de la sociedad”.

GALERÍA DE LOS TIPOS POPULARES QUE PARA BLANCA ELENA SANZ MARTÍN SON LOS MEJORES ELABORADOS POR PRIETO EN MUSA CALLEJERA Y MEMORIAS DE MIS TIEMPOS.


El lépero.
El lépero es el personaje más representativo del peladito de la época, con sus ínfulas de macho, y un inexplicable atractivo para las “leperitas”. Es este uno de los personajes más tratados por Prieto al que le dedica varias páginas no sólo en Memorias de mis tiempos sino también en muchas producciones en verso, lo que nos permite conocer su forma de ser, de actuar, su expresión oral.
El lépero, generalmente hablando, como para caracterizarse de pura sangre, ha de ser mestizo, bastardo, adulterino, sacrílego y travieso, entendiéndose que más que picardía debe de tener chispa o ingenio en el magín y, más que tendencia al crimen, inclinación a lo villano. Pero este carácter tiene además la aptitud para acciones generosas, el valor temerario y rasgos de gratitud realmente notables, todo sobre un fondo de amor a la holganza, de fanatismo y de simpatía poderosa por el robo, la embriaguez y el amor.
Al lépero le interesa también la política, tiene todos esos contrastes que prevalecen en el mexicano, rasgos que se conjugan bajo el término de “machismo”. Por otro lado, éste posee los rasgos del pícaro español, pues es descarado, travieso, de mal vivir y no exento de simpatía. Prieto no sólo hace una descripción física sino que lo acompaña de una especie de análisis psicológico en el que reconoce todas sus fallas a la vez que se complace en recordar sus rasgos de ingenio inagotables.
Guillermo Prieto afirma: “En los versos populares, en la canción callejera es donde más especialmente se acentúa esta faz de la inteligencia del lépero”. Y recoge en sus Memorias los versos populares que caracterizan a este tipo tan peculiar:
La mujer es una pera
Que en el árbol está dura:
Cuando se cae de madura
La coge el que no la espera
Y goza de su hermosura.
Querer a una, no es ninguna;
Querer a dos es bondá;
Querer a cuatro y a cinco es habilidá
Así era el lépero, con el amor, el pulque y la riña absorbían su existencia, y la cárcel no le amedrentaba. Sin embargo, en el fondo era valiente, odiaba la ingratitud y la perfidia; siendo leal y desinteresado con los amigos, le repugnaba la traición y defendía con su propia vida su amor por la madre o por su mujer legal.
Los nenes
“Así se llamaba a los pollos aprendices de hombres, aprendices de mundo, pedantes, desagradables y ridículos.” Estos nenes pretendían demostrar su hombría teniendo una o muchas queridas. Eran poco caballerosos y se jactaban de sus galanteos atrevidos con señoras casadas, monjas, etc. He aquí el retrato que de ellos hace Prieto:
Retorcido bigotito
que son dos colas de rata
no tiene en vestir prurito
ni en el guante y la corbata,
el amor le importa un pito
porque su amor es la plata.
Por ella anda y va y viene,
¡y es un nene!...


Los lagartijos
Un tipo muy especial de la gente de la ciudad eran los lagartijos, quienes cuidaban de s apariencia como ningún otro. Su única ocupación era galantear, pero no eran pudientes como los nenes. En esta tonada se retrata magníficamente a los lagartijos, y que es recogida por Guillermo Prieto en Memorias de mis tiempos:
Los petimetres y usías
Por lo regular despiertan
A las once los que ayunan
Y a las nueve los que almuerzan.
Se lavan las manos
Se estiran las medias
Se rizan y empolvan muy bien la cabeza
Se visten de tildo,
Se sacan las vueltas,
Y muy resoplados
Luego salen fuera;
Y van por las calle
Muy de fachendas...

El boticario
Muy curioso y muy rico de enseñanza sería un cuadro completo que abrazase la reseña científica de la medicina en aquellos tiempos y su práctica en el vulgo, cuando la vieja, el curandero y el santo milagroso entraban en serias competencias.
El boticario, además de médico, era quien recibía las confesiones de los curas, jóvenes, esposos y, en sí, de todos.
A él acudían a pedir ayuda tanto en enfermedades del cuerpo como del alma. El boticario, ese personaje curioso del barrio, sabía sacar muy buen provecho de aquellos pequeños secretos que sabía.
La china poblana
Guillermo Prieto nos pinta a la china como una bellísima mujer que cautiva con su andar y vestir. Para él era:
Linda como un querubín
Fresca como la lechuga,
Fragante como el alhelí
El traje de la china poblana es digno de descripción. Compuesto de una camisa de muselina blanca adornada de encajes alrededor del cuello y de las mangas. La china llevaba el cabello partido en dos trenzas, asimismo llevaba largos aretes. Una banda de colores le daba dos o tres vueltas a la cintura. Además un rebozo en el cuello y en los días de fiesta usaba medias de seda y zapatos de raso. Nadie mejor que Fidel para describirnos a la china:
Ojo negro, frente china,
morena, breve nariz,
salpicada de lunares
como el mole ajonjolí,
con su cuello de torcaza
y su pecho al descubrir,
por entre encajes y randas,
como reja de jardín,
que deja guardar las aguas
entre las yerbas bullir;
con una boca de rosas
abiertas sobre el marfil...



El charro
Uno de nuestros tipos más interesantes está constituido por el charro, jinete de magníficos caballos. Lleva un ajustado pantalón de botonadura de plata y bordado, chaparreras de gamuza, botas altas, sombrero de ancha ala, estribos y espuelas de rico metal, pistola y un sarape multicolor.
El charro de los romances de Prieto es valiente e indomable, bondadoso y magnánimo con la tierra en que nació, colérico y batallador, apasionado y fiero en el amor, con dulzura de niño y pasiones de hombre; para este tipo hacía falta una mujer como la china, ambos tan nuestros y tan mexicanos.

BIBLIOGRAFÍA
Flores, Santiago G. Introducción a la literatura Iberoamericana. México, Ediciones Alba, 1952.
Monterde, Francisco. Cultura mexicana. Aspectos literarios. Ed. Intercontinental, México, 1946.
Prieto, Guillermo. Memorias de mis tiempos. México, Dirección General de Publicaciones de CNCA, 1992. Tomo 1.
— Musa Callejera. Prólogo y selección de Francisco Monterde. México, UNAM, 1992. (Biblioteca del Estudiante universitario, 17).
Salinas Nieto, Rosa Ma. Alejandra. Literatura y sociedad en Guillermo Prieto. México, 1979. Tesis, UNAM, Fac. de Filosofía y Letras.
Urbina, Luis G. La vida literaria de México. México, Porrúa, 1946. (Col. de Escritores Mexicanos, 27)

SÍNTESIS DE COMENTARIOS DEL GRUPO SF03C de la Carrera de Comunicación Social de la UAM-Xochimilco


Hemos leído ahora, sobre un autor al cuál no conocíamos con profundidad, llamado Guillermo Prieto. Por lo que hemos podido apreciar es un escritor mexicano muy reconocido por su obra, misma que retrata las costumbres y vivencias de personajes reales a los que él mismo conoció o ficticios pero que finalmente reflejan la realidad de diferentes clases sociales. Ya sea con ironía o no, Prieto retrata al pueblo mexicano o su historia.
Guillermo Prieto, como encargado en diversos puestos del gobierno, a lo largo de su vida, tuvo contacto con personajes importantes en la historia de México, personajes de clase que ejercía el poder, o clase alta; sin embargo, en su obra se observa un hombre con un gran contacto no sólo con clases de poder, sino, con clases sociales más bajas. Por eso, resulta conocedor de las costumbres y tradiciones del pueblo mexicano.
Participó en la rebelión de los polkos (1847), conservadores, pero luego ingresó en las filas de los liberales. Ministro de Hacienda de Álvarez (1855) y Juárez (1857), se opuso al intervencionismo estatal. Fue perseguido y finalmente exiliado a causa de su apoyo a Juárez y de sus feroces críticas contra la dictadura de Antonio López de Santa Anna.
Afiliado desde muy joven al Partido Liberal, tras su desengaño por la conducta política de su Alteza Serenísima, defendió sus ideas en la prensa y en su poesía. y siempre criticó el gobierno de Antonio López de Santa Anna. Escribió para El Monitor Republicano en 1847 y para El Álbum Mexicano en 1849.
Fue ministro de Hacienda --"cuidaba el pan del pobre"-- en el gabinete del general Mariano Arista (14 de septiembre de 1852 al 5 de enero de 1853 ). Se adhirió al Plan de Ayutla, proclamado el primero de marzo de 1854, por cuyo motivo sufrió destierro en Cadereyta, Guanajuato.
Posteriormente volvió a desempeñar la cartera de Hacienda --"limpiaba el tesoro de sombras y mamotretos"--, en el gobierno de Juan Alvarez (6 de octubre al 6 de diciembre de 1855). Fue diputado 15 veces durante 20 periodos del Congreso de la Unión, y participó, representando a Puebla, en el Congreso Constituyente de 1856-1857. Por tercera vez al frente del Ministerio de Hacienda --( 21 de enero de 1858 al 2 de enero de 1859 )--, acompañó al presidente Don Benito Juárez en su huida, después del pronunciamiento del general Félix Zuloaga.
En Guadalajara don Guillermo Prieto salvó la vida del presidente Juárez, interponiéndose entre él y los fusiles de la guardia sublevada. "¡Alto! ¡Los valientes no asesinan!, fueron las palabras con las que don Guillermo Prieto se interpuso entre un grupo de sublevados, salvándole la vida a don Benito Juárez, símbolo de la defensa y restitución de la República.
Compuso el himno satírico de los ejércitos liberales : Los cangrejos, a cuyo ritmo entraron las tropas de Jesús González Ortega a la ciudad de México en enero de 1861.
Cuando Juárez inició la restauración de la República, don Guillermo Prieto fue nombrado por cuarta ocasión ministro de Hacienda. Con esta responsabilidad se entregó a la difícil tarea de llevar a cabo la Reforma, y así lo hizo al publicar el decreto del 5 de febrero de 1861, que decía que los bienes eclesiásticos eran y habían sido siempre del dominio de la nación, y en consecuencia resultaban nulos los contratos y negocios celebrados por el clero sin el consentimiento y la aprobación del gobierno constitucional. Fue más tarde ministro de Relaciones Exteriores en el gabinete de José María Iglesias.

Algunas de sus obras se caracterizan por los personajes específicos que introduce en sus páginas, tales como el lépero, el charro, el boticario, la china poblana, etc.
Protegido por Andrés Quintana Roo, estableció la Academia de Letrán, con el decidido intento de mexicanizar la literatura. Cultivó la crítica teatral y junto con Ignacio Ramírez fundó un periódico satírico.




Bajo el pseudónimo de "Fidel" cultivó todos los géneros literarios y fue, además, cronista y poeta popular de las gestas nacionales. Aparte de ser figura pública y literaria, Guillermo Prieto es un personaje de gran interés histórico, ya que dejó testimonio de los acontecimientos más trascendentes del siglo XIX mexicano: la Independencia, la guerra de Texas y el Imperio de Maximiliano.
Literariamente adscrito al romanticismo, es autor de numerosos artículos costumbristas publicados en El Siglo XIX y recopilados en Los San Lunes de Fidel (1923). Sus Memorias de mis tiempos son una sustanciosa crónica de la vida social, política y literaria del siglo XIX mexicano. Abarca de 1828 a 1853, siendo una tan amena crónica; como lo son Viajes de orden suprema y Viajes a los Estados Unidos, con múltiples semblanzas de personajes de la política y la milicia.
Las piezas dramáticas El Alférez (1840), Alonso de Avila (1842), El susto de Pinganillas (1843), Patria y Honra y La novia del erario y el monólogo A mi Padre.
Profesor de Economía Política y después Historia Patria en el Colegio Militar, escribió también Indicaciones sobre el origen, virtudes y estado que guardan actualmente las rentas generales de la federación mexicana (1850), Lecciones elementales de economía política (1871-1888), Lecciones de historia patria (1886) y Breve introducción al estudio de la historia universal (1888).
Los Viajes fueron vueltos a publicar póstumamente (1906), comprende en sus dos volúmenes episodios de 1828 a 1853. Además de textos sobre historia nacional, compuso las piezas dramáticas El alférez (1840), Alonso de Ávila (1842) y El susto de Pinganillas (1843), entre otras.
Su obra poética se divide en composiciones patrióticas y versos populares inspirados en el folklore. El Romancero, poema épico en octosílabos, celebra la gesta de la Independencia. El autor concibió esta obra a imitación de la poesía épica popular española, en la que quiso exaltar los hechos culminantes de la lucha del pueblo mexicano por su libertad. Publicada en 1885, encierra el ciclo de la Independencia a partir de los movimientos iniciales de 1808 -"Romance de Iturrigaray"- hasta la entrada del Ejército Trigarante en 1821.
En Musa callejera (1883) evoca con gran sentido del humor ambientes y tipos de la ciudad. La obra representa una fase muy característica en la producción de este autor, en la cual "desaparece el satírico y permanece el soñador", mezclado de cuando en cuando con el humorista. El poeta en la Musa callejera se vuelve pintor de género, y pinta paisajes de la tierra, verbenas de barrio, gentes y costumbres populares: la "china" de castor lentejueleado; el "charro" de sombrero entoquillado de plata; la "gata" voluptuosa, el judío ladino, el audaz guerrillero. Cada uno dice su palabra, habla su jerga, se mueve en su fondo: la calle estrecha y pringosa, el puesto de fruta, la barbería de guitarra y gallo, la casa de vecindario alborotador, todo típico y regional, todo vívido y matizado con admirable riqueza. Es la expresión de un pueblo idealizado por la ternura y la fantasía de un gran poeta.
Completan su producción poética Poesías Escogidas (1877) y Versos Inéditos (1879). Su estilo se caracteriza por el desaliño y el tono popular. Satírico en defensa de lo liberal y nacional, humorista por temperamento y popular por esencia, Prieto fue uno de los escritores más mexicanos del siglo XIX.
Cuando en 1890 el periódico La República convocó a un concurso para determinar quién era el poeta más popular del momento, el escrutinio favoreció a Prieto, acumulando más votos de sus dos más cercanos oponentes: Juan de Dios Peza y Salvador Díaz Mirón.
Fue declarado por Altamirano como "El poeta mexicano por excelencia, el poeta de la patria". Desde su Observatorio de Costumbres. Prieto vio desfilar paisajes urbanos y tipos populares y los describió con una novedad plástica asombrosa.
Bajo su tono festivo e irónico, sostuvo siempre su pasión política. Autor fecundo, su obra completa aún está dispersa en los periódicos; de sus poesías, sobresalen: La Musa Callejera, que es una rehabilitación del tesoro folklórico de México; Romance Nacional, poema que recoge en metro octasílabo los grandes trazos de la epopeya patriótica.
De este género, presentamos este fragmento de su poesía dedicada a Doña Leona Vicario:
Era la joven Vicario,
y era su nombre opulento,
prodigio de entendimiento
y de virtud relicario.
Ardiente se enamoró
de hombre que en nuestra
historia
es honor, y luz y gloria
su nombre, Quintana Roo.
Quintana era cual conciencia
del ejército insurgente
y era su pluma elocuente
alma de la independencia.

Y esta otra:
Mexicanos, tomad el acero,
ya rimbomba en la playa el cañón:
odio eterno al francés altanero,
¡vengarse o morir con honor!
Guillermo Prieto (fragmento de Invasión de los franceses)
Para Carlos Monsivais, Prieto pertenece a la generación de los Conmporáneos:
Contemporáneo, “[...] en su caso se justifica la idea de lo contemporáneo por el modo tan intenso en que vivió una época agitada sin adoptar poses heroicas, sin sentirse sujeto inmediato de estatua y sin perder el sentido del humor; es contemporáneo por su profundo sentido de lo popular que alió siempre con un notable amor a la cultura y en especial a la literatura y la poesía [...] y por la decisión de trabajar por la nación”.
Así describe Prieto, cómo trabajaban esos “contemporánetos” en la Academia de Letrán, fundada por ellos mismos:

Por estricta mayoría se aprobaba o se corregía la composición. Tenían ostensiblemente aquellos ejercicios literarios el aspecto de un juego; pero en el fondo y merced al saber de Lacunza, los nuestros eran verdaderos estudios dirigidos por él las más de las veces. Con el pretexto de una imitación de Herrera o de Fray Luis de León, disertaba sobre la literatura española; otras, presentando alguna traducción de Ossián o de Byron, hablaba sobre la literatura inglesa, y nosotros, para no quedar desairados, con varios motivos la brillábamos dando nuestros saludos a Goethe y Schiller, o yéndonos a las barbas a Horacio y a Virgilio.
Más de dos años duraron los ejercicios, encerrados en las cuatro paredes del cuartito de Lacunza; pero algo se trasportaba de nuestras tertulias, y un tanto nos aguijoneaba el deseo de procurarnos otros amigos inficionados [...]
Una tarde de junio de 1836, este deseo no sé por qué tuvo mayores creces, y resolvimos valientemente establecernos en Academia que tuviera el nombre de nuestro Colegio, instalándonos al momento y convidando a nuestros amigos, siempre que tuvieran nuestra unánime aprobación.
Memorias de mis tiempos
Capítulo III
Fragmento de Fundación de la Academia Letrán










Colaboró para El Museo Mexicano de 1843 a 1844, para el Semanario Ilustrado publicó correspondencia satírica. Perteneció y publicó en El Ateneo Mexicano. En 1845, fundó el periódico Don Simplicio en compañía de Ignacio Ramírez como ya había apuntado el maestro Denegre Vaught. Se unió en la defensa del ejército federal, durante la Primera intervención estadounidense en México

Guillermo Prieto.
Desde muy joven se afilió al Partido Liberal, y siempre criticó el gobierno de Antonio López de Santa Anna. Escribió para El Monitor Republicano en 1847 y para El Álbum Mexicano en 1849. Durante el gobierno de Mariano Arista se desempeñó como ministro de Hacienda del 14 de septiembre de 1852 al 5 de enero de 1853. Al encontrarse en Guanajuato, se adhirió al Plan de Ayutla, por tal motivo fue desterrado.1
Al terminar la Revolución de Ayutla, fue nombrado administrador general de Correos y fue ministro de Hacienda en el período presidencial de Juan N. Álvarez.4 Participó como diputado del Congreso Constituyente que elaboró la Constitución de 1857.5 Una vez consumado el golpe de Estado contra el gobierno de Ignacio Comonfort, propiciado por Félix Zuloaga con el Plan de Tacubaya, renunció a su puesto de administrador de Correos y se unió a la causa liberal de Benito Juárez.2
En Guanajuato, Juárez lo nombró ministro de Hacienda, cargo que ejerció en el gobierno republicano itinerante, durante la Guerra de Reforma. Salvó la vida de Juárez en Guadalajara anteponiéndose a su persona y gritando su famosa frase de «Los valientes no asesinan» cuando el conservador Filomeno Bravo había dado la orden a soldados del 5° regimiento de fusilar al presidente.6 El 11 de abril de 1858 se embarcó en el puerto de Manzanillo junto con Juárez y su gabinete en el vapor John L. Stephens para a través del Canal de Panamá, dirigirse a La Habana y Nueva Orléans. Después se embarcaron en el vapor Tennessee, con destino al puerto de Veracruz.7 En San Juan de Ulúa se estableció el gobierno republicano de Juárez. Guillermo Prieto participó en la emisión de las Leyes de Reforma.
Intervención francesa y República restaurada
Al terminar la Guerra de Reforma, continuó ejerciendo su nombramiento de ministro de Hacienda y fue diputado federal de 1861 a 1863. Cuando comenzó la Segunda Intervención Francesa en México, publicó críticas satíricas en El Monarca y en La Chinaca. Separado de su cargo como ministro, acompañó a Juárez hacia el Paso del Norte, y ejerció nuevamente la administración de Correos y la dirección del Diario Oficial.
En 1866 apoyó a Jesús González Ortega en sus pretensiones de dar término al período presidencial de Juárez y asumir el cargo, pero éste negó la realización del cambio de gobierno por encontrarse en tiempos de guerra. Debido a este motivo, González Ortega y Guillermo Prieto se exiliaron a Estados Unidos. Una vez restaurada la República, Prieto regresó a México y fue elegido diputado federal durante cinco legislaturas sucesivas de 1867 a 1877. Se pronunció en contra de la continuación del gobierno de Juárez publicando folletos, y críticas satíricas en La Orquesta y El Semanario Ilustrado.2
No obstante, al morir Margarita Maza, Guillermo Prieto pronunció un discurso durante el sepelio:
"Es acaso posible que mueran las personas a quienes más amamos, pues que es posible que sólo quede vibrante mi voz para caer como sombra de la muerte, como es posible para mi señora objeto de mi devoción por años y años, contemplar su muerte ... como es posible señalar ... joya blanca, azucena de su hogar modesto, mujer acariciada con los brazos de oro de la virtud y la fortuna"


Guillermo Prieto.
Sepulcro de Guillermo Prieto en la Rotonda de las Personas Ilustres (México).
De 1871 a 1873 colaboró para la revista El Domingo y para la revista El Búcaro. Se pronunció en contra del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada. Y durante la Revolución de Tuxtepec decidió apoyar al gobierno legalista de José María Iglesias, de quien fue ministro de Relaciones Exteriores, ministro de Gobernación, ministro de Justicia e Instrucción Pública, ministro de Fomento y ministro de Hacienda durante breves lapsos de octubre de 1876 a marzo de 1877.2
Durante el porfiriato fue diputado durante nueve legislaturas seguidas de 1880 a 1896. Colaboró para los periódicos La Libertad, El Eco de México, El Republicano, La República, El Federalista, El Tiempo, y El Universal.2
Vivió en Cuernavaca durante sus últimos años debido a que sufrió una lesión cardíaca que le impedía permanecer en la capital de la república.
Concluimos este trabajo con la reproducción de PRIETO POR PRIETO, ingeniosa y eficaz manera de adentrarse en la polifacética vida de este hombre extraordinario, realizada por el editor Rosen que se encargó de publicar la obra completa de Fidel.
Guillermo Prieto, a cien años de su muerte
Boris Rosen
________________________________________
La presente “entrevista”, con el título “Prieto por Prieto”, fue presentada por Boris Rosen, editor encargado de la edición de las Obras completas de Guillermo Prieto (cuya extensión se estima en 37 volúmenes), en ocasión de la celebración nacional del Primer Centenario de la muerte de Prieto, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, el 8 de septiembre de 1997.
Casi toda su producción literaria y costumbrista la firmó con el seudónimo de Fidel. ¿Por qué Fidel? ¿Es algún personaje conocido suyo?
Fidel se llamaba el acompañante de Ramón Mesonero (el Curioso Parlante), autor de los cuadros costumbristas del Madrid viejo y nuevo, escritos que me encantaron y que me inspiraron para imitarlos en la prensa mexicana.
¿Qué opina usted sobre su extensa y admirable obra poética?
Economistas, políticos y algunas otras personas han querido usar mi título de poeta como estigma e imprimirlo en mi frente; en momentos solemnes yo lo acepto y me sirvo de él, tal como declaré en mi conferencia en el Colegio de Abogados en 1873.
¿Qué opina de los críticos?
Los críticos –escribí en un prólogo a Horas de tristeza de Florencio M. del Castillo, en 1864– son como algunos médicos que pueden tener tranquilo el juicio y conservar fría su razón observando una enfermedad, mientras el paciente se retuerce por los dolores y hiere los cielos con sus alaridos y angustias; pero el padre, el amigo, el conocido del doliente, ¿pueden poseer esa bárbara imparcialidad que, sin embargo, se llama buen criterio y refinado gusto?
En su vejez, ¿qué opina sobre sus amigos personales y políticos de toda la vida?
La sociedad de amigos ilustrados es preciosa, pero a mi edad los efectos del alma son retrospectivos. Mis amigos de corazón, con pocas excepciones, han muerto, y en cuanto a mis amigos políticos hay curvas y rectas, y los afectos valen un comino. Encerrarse en esa especie de egolatría por obligación es para mí encerrarse en una rica despensa a comer y beber bien dentro de una plaza sitiada por el hambre.
¿Qué opina de los indios y de las soluciones a sus problemas?
Sobre los indios mucho se habría avanzado con estudios sobre sus propiedades, las artes a las que se dedican, las plantas y yerbas que usan para su alimentación y su medicina, así como los medios para que ingresen a la civilización; pero esa raza muere devorada por los vicios, por la barbarie y por nuestro abandono. Toda una escuela materialista ha proclamado que los indios deben perecer y que son refractarios a la civilización. A mí me parece que la gran obra de la regeneración social deberá comenzar primeramente de abajo para arriba, es decir, rehabilitando al indio, alentando el trabajo y dando entrada a Dios en las escuelas. En cuanto al estudio de los indios he comenzado algo, pero por las dificultades que acarrea la mala vista tengo que arrastrar los embarazos del dictado, cuando nunca antes había escrito sino de mi mano mis producciones.
¿Quién ha patrocinado los gastos de la publicación de su obra, digamos sus Lecciones de historia patria?
El gobierno me dio la impresión, pero los gastos de papel, encuadernación, exprés, portes, etcétera, me tienen sumido en muy serios compromisos; temo que el desprecio pague mis afanes y castigue mis pretensiones pues, hasta ahora, de cinco gobernadores a quienes he pedido ayuda de diez o quince ejemplares, sólo me ha contestado el de Querétaro.
¿Qué obras ha leído? ¿Quiénes son sus autores preferidos?
No sé latín, aunque tengo pasión por los latinos, pues los he leído con asiduidad en traducciones. ¡Oh, mi torpeza para la lengua de Cicerón y de Horacio es inverosímil!, pero los conozco bien porque mi maestro me los traducía y explicaba maravillosamente. Soy tan bruto y tan negado que no entiendo ni una receta ni nada, no obstante que conozco en francés, castellano e italiano a poetas y escritores latinos, de quienes soy un apasionado. Dejaré en herencia mi biblioteca que consta de 4 931 volúmenes.
Tuve la oportunidad de consultarla, pues su hijo Manuel la donó a la Biblioteca Nacional de México en 1900. Ahí encontré El príncipe de Maquiavelo. ¿Lo leyó usted? ¿Tuvo alguna influencia en su orientación política liberal?
Claro que lo leí, pero no fue posible que yo –a quien mis contemporáneos calificaron como “político romántico” o “político lírico”– estuviera de acuerdo con los consejos astutos y engañosos de Maquiavelo.
En el ocaso de su vida, ¿qué opina acerca de la religión?
Qué bueno que me hace esta pregunta porque gran parte de los mexicanos cree que el movimiento de la Reforma fue ateo, que estuvo contra la religión católica. Falso de toda falsedad. En el Congreso Constituyente, Francisco Zarco reveló que era católico practicante, y en 1868, en el debate sobre los derechos ciudadanos del clero, declaró: “Hay en las Leyes de Reforma algunas cosas que no son sino transitorias; armas de partido de que debíamos echar mano para abatir al clero que estaba poderoso, pero estas disposiciones deben desaparecer. La ley que prohíbe las procesiones es una de ellas”. Por lo que a mí toca, yo fui el más religioso de todos los liberales, puros o moderados. Yo soy ante todo adorador de un Dios de amor y de bondad, soy cristiano hasta las cachas (prueba de ello son las 31 poesías religiosas que están incluidas en el tomo xix de mis Obras completas), pero en cuanto a los que hacen mundana la religión, trafican y cubren picardías a título de cristianos (que se dicen así), son malos mexicanos, gachupinados, extranjerados y traidores, me derraman la bilis, los detesto. Si no le satisface mi respuesta le puedo mencionar otros ejemplos de religiosidad.
Me satisface su respuesta y espero que habrá de satisfacer a muchos otros; pero, déjeme preguntarle, ¿qué opina sobre la pena de muerte?
Soy costumbrista, poeta inspirado por la musa callejera, cronista, periodista y algo más; pero antes que nada y sobre todo soy un humanista (perdón por mi falsa modestia). Me enorgullece haber sido el humanista mexicano del siglo xix. Gracias a ello me han respetado y querido tanto. Entonces, siendo humanista, ¿podría ser partidario de esa barbarie que se llama pena de muerte? Pero déjeme recordar algo: en junio de 1891 me encargué de la defensa de un tal Luis Izaguirre, sin haber estudiado Derecho. Como era de esperarse mi cliente fue condenado a muerte, y por el coraje caí enfermo varios días. A mi amigo Agustín Rivera de Sanromán, distinguido cura de Los Altos de Jalisco, a quien durante mis últimos diez años de vida escribí más de cien cartas, le informé lo siguiente: “Estos tigres de la jurisprudencia son la condenación. Estos implacables del Derecho que… vuelven férreo contra quien tienen debajo, me asquea… a esos hombres que aman la sangre les tengo horror”.
¿Qué opina sobre su actuación como diputado en el Congreso de la Unión?
¿Qué quiere que le diga? Entre nos, todos nos rajamos y yo fui el primero. No levanté ahí mi voto contra mucho de lo que me disgustaba por miedo al hambre de mis hijos.




¿Qué opina sobre el ocio en la tercera edad?
El ocio me parece el peor de todos los males. Tengo la máxima de que para un viejo más vale estar mal acompañado que solo. Si falta a la vida su gran atractivo de procurar el bien como lo concibo, más vale morir. Los que sentimos simpatía por los infelices tenemos mucho qué hacer.
¿Cómo anda de salud? ¿Cómo cura sus achaques y enfermedades? Muchos de sus críticos y enemigos han insistido en que toda la vida exageró y dramatizó sus achaques.
¿Qué esperaba usted de mis enemigos? Son mentiras, puras mentiras. Hace 40 años que padezco dispepsia. La pobreza, los desórdenes personales, el estudio, las prisiones, exacerbaron mi saud a tal punto que degeneró en dispepsia: comía, bebía, deponía y volvía a mis excesos de guía, sin haber perdido jamás la cabeza. Pero desde hace 20 años, acobardado por tercos ataques, la grasa me daña, los vinos y licores me acedan, los líquidos en general me ponen a la muerte, el dulce me agria, los enfriamientos atmosféricos me orillan a dolores y sufrimientos indecibles. Yo mejoraría si lograra corregir mis ácidos, mis ácidos, y hacerme potable la leche. Ningún médico sale de la rutina del carbonato y la nuez vómica, de ésta a los alcalinos o a los purgantes. Jugo de carne, arroz, carne a la parrilla, café, y esto a mañana, tarde y noche, sin que cambie nada esta vida que me aleja del mundo y me sujeta a mil privaciones. Le han dado mil nombres a mi enfermedad, sin adelantar los sabios a la primera vieja que me dijo: falta de digestión.
¿Cuál ha sido el intelectual mexicano y liberal de su preferencia?
Varios, mas ahora sólo mencionaré uno: José María Iglesias. Sin vacilación por sus virtudes, por sus talentos y asombrosa erudición, se le debe colocar en lugar muy prominente. Si Iglesias no hubiera sido retraído, modesto hasta el recogimiento y la misantropía, sería el hombre más notable en las letras de México.
¿En qué ocupa cotidianamente su tiempo?
Me levanto a las cuatro o cuatro y media de la mañana, me desayuno y me dedico a alguna de las obras que tengo pendientes. Mis memorias, que van de 1828 a 1872; El romancero de la Reforma, Estudios de economía política, Causas y remedios de la miseria (trabajo que nunca terminé ni se publicó), la corrección de las distintas ediciones de mi Historia patria. Para descanso, en el preciso tiempo cuando preparan el desayuno, hago romancitos. Ocupo en las obras dos horas y sigo con la correspondencia y la charla con Manuel, mi hijo. A las nueve voy a México a charlar con mis amigos o a la biblioteca, y regreso a las dos para comer, con mis hijos Manuel y Guillermo, y Emilia, mi esposa, verdadera santa que me vela, me guisa, me cura y que a mi vejez casi ha profesado de monja. Mis nietos Guillermo y María son encantadores. Por fallarme la vista, mi esposa me lee, y escribo a tientas, comiéndome palabras y haciendo borrones.
¿Qué me dice de sus penurias económicas? ¿Es cierto que murió en la miseria más espantosa?
Durante mi larga vida hubo momentos en que me encontré prácticamente en la calle, en la pobreza más absoluta. Ocuparía mucho tiempo en relatar todas las situaciones de penuria por las que he pasado. Pero según se advierte en mi testamento no llegué al final de la vida como un miserable; pude dejar a mis hijos en herencia algunos bienes no muy escasos.
¿Cómo sintetizaría su vida?
Lo hice en un poema autobiográfico que cayó después en manos del crítico de teatro Armando de Maria y Campos, quien en 1962 lo leyó en el Club de Periodistas. Dice así:

Nací el año de dieciocho
según dicen malas lenguas,
al retirarse las nieves
y en la furia de la seca.

Formaba extraños contrastes
mi confusa parentela,
por una parte rancheros
más erizos que la cerda;
por otra, próceres altos
de calzón corto y coleta.
Mandaba la Nueva España
por un extremo Novella
y por la otra el hervidero
de Guerrero y la Insurgencia,
así es que ha sido mi vida
un perpetuo viceversa
de crecientes y menguantes,
de posiciones a medias,
de cuasis, de verbigracias
y de nada a las derechas.

Pasé mi infancia en los campos
en medio de la riqueza,
y fui prodigio en los saltos,
espanto en las machincuepas,
en la pelota un asombro
y en las maromas presea.
Enseñáronme mis primas
de amor las primeras letras
y fui tan aprovechado
que dejé nombre en la escuela,
y no por mis adelantos,
por mis constantes peleas.
La orfandad me hirió alevosa
y me ultrajó la miseria

En la política ingrata
arrojéme de cabeza
y unas veces en su sima
otras en su cumbre excelsa.
Visité obscuras prisiones,
gocé contentos y fiestas;
después de perderlo todo
me hallé sin una peseta;
no aludo a mis cualidades,
a las malas ni a las buenas,
porque éstas con cultivarlas
me dan rica recompensa.
Las otras dejo que corran
sin contradicción ni rienda,
que fuera robar el pasto
a las enemigas lenguas.


Después del homenaje que me rindió la intelectualidad mexicana en la tarde del 9 de noviembre de 1890, con motivo de haber ganado en un concurso la Corona de Plata como el poeta más popular de México, escribí otra breve poesía autobiográfica:

Hoy viejo y desengañado
de la mundanal comedia
me ocupa más que el renombre
los dolores de mis piernas;
más mis cólicos frecuentes
que las humanas riquezas,
y más el arroz y el pollo
y mi amada cocinera,
que las beldades olímpicas
que el alto quirie embelesan…
y aquí concluyo señores
con un etcétera, etcétera…
Se dice que usted le tenía horror al agua. ¿Qué opina sobre esto?
Es verdad, yo nunca me ocupé de mi aspecto físico ni del aseo personal. Jamás se me ocurrió ponerme frente al espejo para ver si tenía bien el nudo de la corbata o si me había puesto bien el sombrero. Siempre estaba ocupado en otras cosas que consideré más importantes. Lo que puedo informarle es lo que otros amigos han escrito sobre el particular. Alfredo Bartlot, liberal francés que llegó a México en 1849 para quedarse, y quien participó en forma destacada en nuestra vida cultural y periodística, publicó en 1873, con el seudónimo de Prometeo, una entrevista conmigo, en la que contó el siguiente episodio:

– ¡Valeria!
(No contesta la criada.)
– ¡¡Valeria!!
(Oye la criada pero no hace caso.)
– ¡¡¡Valeria!!!
(Y sale Guillermo Prieto en calzoncillos hasta la puerta de la cocina.)
– Valeria, ¿no me oyes?
– Mande usted, niño.
–¿Qué estás haciendo ahí?
– Estaba leyendo una poesía de Zorrilla.
– ¡Qué todavía no acabas el tomo?
– Ah, señor, lo vuelvo a leer. ¡Me gusta tanto!
– Deja a ese tal a un lado, y tráeme agua.
– Agua, sí señor.
(Y Valeria se presenta media hora después en el cuarto de dormir de su amo, con un vaso de agua en una charola.)
– Aquí está el agua, niño.
– No quiero agua para beber, hija.
– ¿Pues de cuál, niño?
– ¡Agua para lavarme!
(Es tal la estupefacción de Valeria que, ¡patatrás! Suelta charola, vaso y agua, y toma un baño de pies que no estaba en su programa del día.)
– Señor, ¿qué le pasa? ¿Está usted enfermo?
(Pregunta ansiosa al “amito”.)
– No mujer; voy a comer al Tivolí. Dame camisa limpia.
(Nuevo y mayor asombro de Valeria.)
– Niño, la que lleva usted puesta está todavía blanquita: apenas hace ocho días que se la puso usted.
– No le hace, no le hace, hoy quiero darme ese lujo y me he de poner de veinticinco alfileres. Ya verás.
(Poco después sale Guillermo de su casa, no sin antes lanzar una mirada de orgullosa satisfacción al espejo, con las uñas sin luto, con la corbata casi atada, afeitadito, casi peinado, flamante, elegante y remozado, en fin, hecho un lechuguino. Tiene veinte años menos, es ligero como una mariposa y alegre como una pascua.
Adolece esa debilidad, su defecto capital es la hidrofobia intermitente, en su santo horror del agua, si no le hubiera bautizado al nacer, moriría cargando el pecado original, antes que someterse a las abluciones de la pila bautismal. Pero, en cambio, ¡cuántas cualidades y cuántas virtudes! ¡Cuánto talento y cuánto genio!)

Y concluía Bartlot:
“Es una noble naturaleza, es una gran figura y su nombre será gloria nacional. Pero, Guillermo, por Dios, ¡lávate!”

Por otra parte, Luis González Obregón, con quien acostumbraba hacer largas caminatas, relató en 1888, en sus Reminiscencias:
El paso de Prieto es vacilante, su voz bastante opaca, la vista de miope incorregible y la barba y cabellos blancos, contrastando con el negro de la montera, que usaba siempre medio ladeada. Ni de joven, ni de viejo cuando yo lo traté, se preocupó por el vestido. Sombrero de fieltro de alas anchas, corbata de lazo mal anudado que encubría apenas los restos del desayuno o del almuerzo en la blanca pechera de la camisa, chaleco casi siempre desabotonado, pantalón rodilludo, levita de luengos faldones, sobada y lustrosa en el cuello, codos y mangas y zapatos de suela gruesa bastante aseados –¡cosa extraña!– constituían su traje habitual y favorito. El rostro pletórico de verrugas, lunares, manchas y otros achaques seniles, alterado con las gesticulaciones por el cerrar y abrir de los ojos miopes, y el mover de continuo de los labios, por la molestia que le causaba quizá el freno de la postiza dentadura.
Me gustaría hacerle algunas otras preguntas, pero veo que lo estoy cansando y abusando de su generosidad. Así que ahí va la última: En el ocaso de su vida, ¿cuál es el balance definitivo sobre su multifacética actividad durante más de 60 años? ¿Positivo o negativo?
Negativo. Yo creí que recordar las glorias de la patria, ensalzar a sus héroes ejemplares, e inspirar amor por el engrandecimiento de la tierra en que nacimos, sería un atractivo para los buenos mexicanos, pero me he llevado un chasco y he tenido cruel castigo por mi necia vanidad. En realidad no tenemos patria. Los gachupines son dueños de la riqueza territorial, del país y de los sentimientos de la Colonia, leales a su rey; los ricos de la revolución son europeos; la mayor parte de los clérigos son de Roma. Los indios son de nadie, los empleados son del que les paga, y hay unos cuantos locos parcos que no tienen una peseta libre para comprar un libro. Balance triste y decepcionante, ¿verdad?
Yo he dicho en alguna ocasión que nosotros los liberales sabemos cómo empezar nuestros proyectos, pero no sabemos cómo terminarlos. Fuimos los iniciadores del proyecto liberal para construir un México moderno, democrático, republicano e independiente. Tocará a las futuras generaciones, a la juventud, continuarlo y terminarlo. Así lo espero.

Comentarios

  1. ESTA INTRODUCCIÓN A VIAJES DE ORDEN SUPREMA SÓLO ESPERA QUE SE PONGAN EN MIS MANOS LOS MIL EJEMPLARES DE LA OBRA PARA SU PUBLICACIÓN PUES YA ESTÁ TODO LISTO PARA LLEGAR AL MERCADO Y LANZAR UN EJEMPLAR MÁS DE LA ENORME OBRA EDITORIAL DE MI PADRE JORGE DENEGRE VAUGHT PEÑA, EXTRAORDINARIO ADMIRADOR DEL EGREGIO GUILLERMO PRIETO...!!!!

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