¿LE IMPORTA A USTED QUE SE BAÑE GUILLERMO PRIETO?



En la entrevista póstuma, a 100 años de su muerte, que ingeniosamente le hacen a Guiiiermo Prieto, le preguntan, insolentemente, que si odiaba el agua, seg'un el chisme de BABLOT. Y AQUÍ TERMINA LA ENTREVISTA DE BORIS:

Se dice que usted le tenía horror al agua. ¿Qué opina sobre esto?
Es verdad, yo nunca me ocupé de mi aspecto físico ni del aseo personal. Jamás se me ocurrió ponerme frente al espejo para ver si tenía bien el nudo de la corbata o si me había puesto bien el sombrero. Siempre estaba ocupado en otras cosas que consideré más importantes. Lo que puedo informarle es lo que otros amigos han escrito sobre el particular. Alfredo Bartlot, liberal francés que llegó a México en 1849 para quedarse, y quien participó en forma destacada en nuestra vida cultural y periodística, publicó en 1873, con el seudónimo de Prometeo, una entrevista conmigo, en la que contó el siguiente episodio:

– ¡Valeria!
(No contesta la criada.)
– ¡¡Valeria!!
(Oye la criada pero no hace caso.)
– ¡¡¡Valeria!!!
(Y sale Guillermo Prieto en calzoncillos hasta la puerta de la cocina.)
– Valeria, ¿no me oyes?
– Mande usted, niño.
–¿Qué estás haciendo ahí?
– Estaba leyendo una poesía de Zorrilla.
– ¡Qué todavía no acabas el tomo?
– Ah, señor, lo vuelvo a leer. ¡Me gusta tanto!
– Deja a ese tal a un lado, y tráeme agua.
– Agua, sí señor.
(Y Valeria se presenta media hora después en el cuarto de dormir de su amo, con un vaso de agua en una charola.)


– Aquí está el agua, niño.
– No quiero agua para beber, hija.
– ¿Pues de cuál, niño?
– ¡Agua para lavarme!
(Es tal la estupefacción de Valeria que, ¡patatrás! Suelta charola, vaso y agua, y toma un baño de pies que no estaba en su programa del día.)
– Señor, ¿qué le pasa? ¿Está usted enfermo?
(Pregunta ansiosa al “amito”.)
– No mujer; voy a comer al Tivolí. Dame camisa limpia.
(Nuevo y mayor asombro de Valeria.)
– Niño, la que lleva usted puesta está todavía blanquita: apenas hace ocho días que se la puso usted.
– No le hace, no le hace, hoy quiero darme ese lujo y me he de poner de veinticinco alfileres. Ya verás.


(Poco después sale Guillermo de su casa, no sin antes lanzar una mirada de orgullosa satisfacción al espejo, con las uñas sin luto, con la corbata casi atada, afeitadito, casi peinado, flamante, elegante y remozado, en fin, hecho un lechuguino. Tiene veinte años menos, es ligero como una mariposa y alegre como una pascua.
Adolece esa debilidad, su defecto capital es la hidrofobia intermitente, en su santo horror del agua, si no le hubiera bautizado al nacer, moriría cargando el pecado original, antes que someterse a las abluciones de la pila bautismal. Pero, en cambio, ¡cuántas cualidades y cuántas virtudes! ¡Cuánto talento y cuánto genio!)


Y concluía Bartlot:
“Es una noble naturaleza, es una gran figura y su nombre será gloria nacional. Pero, Guillermo, por Dios, ¡lávate!”

Por otra parte, Luis González Obregón, con quien acostumbraba hacer largas caminatas, relató en 1888, en sus Reminiscencias:
El paso de Prieto es vacilante, su voz bastante opaca, la vista de miope incorregible y la barba y cabellos blancos, contrastando con el negro de la montera, que usaba siempre medio ladeada. Ni de joven, ni de viejo cuando yo lo traté, se preocupó por el vestido. Sombrero de fieltro de alas anchas, corbata de lazo mal anudado que encubría apenas los restos del desayuno o del almuerzo en la blanca pechera de la camisa, chaleco casi siempre desabotonado, pantalón rodilludo, levita de luengos faldones, sobada y lustrosa en el cuello, codos y mangas y zapatos de suela gruesa bastante aseados –¡cosa extraña!– constituían su traje habitual y favorito. El rostro pletórico de verrugas, lunares, manchas y otros achaques seniles, alterado con las gesticulaciones por el cerrar y abrir de los ojos miopes, y el mover de continuo de los labios, por la molestia que le causaba quizá el freno de la postiza dentadura.


Me gustaría hacerle algunas otras preguntas, pero veo que lo estoy cansando y abusando de su generosidad. Así que ahí va la última: En el ocaso de su vida, ¿cuál es el balance definitivo sobre su multifacética actividad durante más de 60 años? ¿Positivo o negativo?
Negativo. Yo creí que recordar las glorias de la patria, ensalzar a sus héroes ejemplares, e inspirar amor por el engrandecimiento de la tierra en que nacimos, sería un atractivo para los buenos mexicanos, pero me he llevado un chasco y he tenido cruel castigo por mi necia vanidad. En realidad no tenemos patria. Los gachupines son dueños de la riqueza territorial, del país y de los sentimientos de la Colonia, leales a su rey; los ricos de la revolución son europeos; la mayor parte de los clérigos son de Roma. Los indios son de nadie, los empleados son del que les paga, y hay unos cuantos locos parcos que no tienen una peseta libre para comprar un libro. Balance triste y decepcionante, ¿verdad?
Yo he dicho en alguna ocasión que nosotros los liberales sabemos cómo empezar nuestros proyectos, pero no sabemos cómo terminarlos. Fuimos los iniciadores del proyecto liberal para construir un México moderno, democrático, republicano e independiente. Tocará a las futuras generaciones, a la juventud, continuarlo y terminarlo. Así lo espero.
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